Soy el mandadero, y nunca se para quien trabajo, veo mi ropa algunas veces, en otros lados; menos sucia, menos descolorida, no roída, la veo en otros lados y cuando eso sucede me pregunto si en verdad me pertenece (o si yo pertenezco).
Cuantas veces he escuchado los mismos cuestionamientos, las mismas recomendaciones, las mismas demandas y sin embargo siempre hago oídos sordos e intento que no me joda, o que al menos me joda lo menos posible; “hay que hacer que el pellejo se endurezca”, día con día.
Sigo siendo el mandadero, y veo como alguien más toma todo aquello a lo que pertenezco, lo pule, le pone nombre, lo convierte en una necesidad, te hace que quieras pertenecer para después ponerlo en un aparador.
No soy nadie, para dictar, para decir, para predicar, para dar palmadas en la espalda.
No soy nada especial (aunque en algún momento de mi vida lo haya pensado), soy tan común como el más corriente ó tan corriente como el más común y si tengo suerte, cuando llegue el momento seré un poco menos común y corriente, no hay nada extraordinario en lo que hago o dejo de hacer, no habré de escribir libros ni tampoco se han de escribir libros sobre mi, soy terrenal y tangible como cualquiera, me duermo en mi propio vomito y me regocijo en mi desencanto.
Levanto mi vaso casi vacío y me bebo lo que queda una vez más…