Me subí
al avión, un sábado al medio día.
Me baje
de ese avión para subirme a otro a la mañana del domingo, el último descenso
fue una vez más, al medio día del domingo. Tenía las instrucciones para ir del
aeropuerto a donde me habría de hospedar, guardadas en el teléfono. Los boletos
del metro que había comprado previamente los mantenía a ala altura de mi pecho
junto con los pases de abordar y el pasaporte.
Casi lo
logro. Llegue a Wurzelsepp, el bar donde me entregaron un sobre con mi
nombre escrito y una llave dentro. Para así poder instalarme en el departamento,
con fines de ahorrar en viáticos una cantidad sustancial en euros. Dentro de
aquel sobre no había un papel con la dirección del apartamento, tampoco en las
instrucciones que guardaba en mi teléfono… Siguiente paso, buscar una caseta telefónica,
hacer una llamada y pedir el resto de la información necesaria. Después de
media hora y minutos de
desesperación me instale en un sillón, en la sala, en el último piso, en aquel
edificio de la calle Hollergasse, en Viena.
Deje
mis dos mochilas al pie del sillón. Justo cuando me disponía a recostar para
dormir un poco, la chapa de la puerta giro desde afuera. Me levante, camine
hacia el pasillo para encontrarme de frente con un tipo asiático que desconcertado
me mira de pies a cabeza. Me presento y le digo que había sido informado que lo
pondrían al tanto de mi presencia. Cruza la sala, y se pierde al subir las
escaleras sin decir una palabra. Un par de minutos después baja y me dice que
lo disculpe por la confusión que el tenía entendido que yo habría de llegar una
semana después. Me lleva al que ha de ser mi cuarto durante seis días y se
despide mientras me ofrece ayuda “no dudes en tocar la puerta si necesitas
algo”
La semana transcurre igual que aquella semana en Buenos Aires, o como aquel año y medio en Palm Desert, como todas las semanas que son de trabajo, con el mismo hastío, y con el mismo ritmo de siempre, con las presentaciones, las preguntas, el asombro y ese paternalismo característico que sinceramente me ha dejado de ofender desde hace mucho. Aunque no por eso me pasa desapercibido.
Mi
último día en Viena. Lo paso en la oficina trabajando con la promesa de salir
una hora más temprano para que alcance a llegar a esas tiendas, donde venden
recuerdos de una ciudad que no he explorado, quiero cosas pequeñas que no
ocupen espacio en mi mochila, que no pesen. Un imán o una postal que diga Viena
o Austria con un edificio o paisaje desconocido. Todo aquí cierra tan temprano.
Salgo de la oficina al departamento 4:30 pm, dejo mi computadora, llevo conmigo
la mochila para poner ahí lo que sea que compre. Tengo tres horas para
encontrarme con alguna de la gente del trabajo que fueron lo políticamente
correctos, como para no declinar la invitación hecha por mi jefa directa para tomar
unos tragos con alguien completamente desconocido y ajeno a ellos. La cita es
en: el Dachboden. Según me cuentan es uno de los bares mas populares, situado
en el último piso de un hotel desde el cual se puede ver toda la ciudad. Ese es
su principal atractivo supongo. Cuando llego al lugar aún no esta a su máxima
capacidad, pero la gente no deja de llegar. Mucha gente joven pero en un abrir
y cerrar de ojos el lugar queda repleto de gente nada joven, pero con poder
adquisitivo y la imperiosa necesidad de sentirse parte de ese ambiente de gente
joven, aunque no entiendan la música (como yo), aunque los miren raro (como a
mi) En este principio de verano en Viena, oscurece por ahí de las 9:30 pm pero
me pierdo el atardecer y la panorámica de la ciudad porque en las pantallas del
bar pasan el partido de futbol estelar de ese día: Suecia – Inglaterra. Me
resulta imposible no recordar a Andreas, lo imagino reunido en la casa de
alguno de sus amigos, bebiendo cerveza mientras ven el partido. Yo, tengo que
estar en el aeropuerto a las 5 de la mañana, así que lo tengo decidido desde
hace un par de días. No habré de dormir hasta que me haya instalado en los incómodos
asientos de Iberia. Salimos del bar poco antes de la una de la mañana caminamos
en las calles del centro de Viena hacia otro lugar (esta vez uno más relajado) Las
calles de Viena a parte de cálidas son seguras, al menos así me lo parece con
toda esa cerveza encima. Después de unos diez minutos llegamos al lugar, que
tiene a mas gente bebiendo afuera que adentro, lo cual es bueno porque logramos
sentarnos en una mesa para tomar un de cervezas mas. Es un lugar como muchos
otros en el mundo, con gente que se ve estéticamente bien, esto no quiere decir
que no suceda lo mismo en México, tiene que ver más con ver lo mismo toda la
vida y de repente cambiar de panorama.
Seguimos
platicando en la mesa de aquel bar, más bien yo respondo preguntas y de ahí se
establecen diálogos, lo de siempre: ¿Qué si México es tan peligroso como se ve
en las noticias? ¿Es cierto que te pueden matar tan pronto pones un pie en la
calle? En esa mesa de aquel bar en Viena, me vengo a enterar que Carlos Slim es
ahora dueño de gran parte de las telecomunicaciones en Austria… En nuestra
platica, recorremos todos los lugares comunes habidos y por haber. Una hora
después, camino hasta el apartamento acompañado por uno de los integrantes del
departamento de Marketing de la compañía. El camino es largo, la platica se
mantiene en el ámbito de lo superficial no se torna para nada profunda. Nos
despedimos justo en la parada del tranvía cercana al departamento, busco otro
lugar para beberme un par de cervezas más y que no tenga la necesidad de esperar
al taxi por mucho tiempo. No quiero ir al apartamento aún, mi temor más grande
es perder el vuelo por quedarme dormido.
Encuentro
un bar y después de dos cervezas que me bebo con extrema calma, camino al
departamento, me cambio la camisa, lavo mi cara, mis dientes, me pongo
desodorante y cargo en mi espalda la mochila que me ha acompañado en los viajes
recientes. Coloco la mochila pequeña al frente, levanto una bolsa con basura,
tomo las llaves del departamento y bajo las escaleras hasta el comedor. Dejo
las llaves sobre la mesa con una hoja que dice “Cheers Leo”. Cierro la puerta,
bajo por el elevador, salgo a la calle, y camino a la esquina para tirar la
basura en los botes que están ahí colocados, camino de regreso a la entrada del
edificio y al voltear la cara el taxi llega de inmediato.
El
chofer maneja a buena velocidad y la estación de radio que esta escuchando toca
blues, en menos de media hora estamos en el aeropuerto. Llego a la ventanilla de
Iberia y espero acompañado de otros tantos por más de una hora hasta que abren
el mostrador, documento mi maleta y me voy a la sala de espera. Los clásicos
puntos de revisión. No zapatos, no llaves no monedas, no chamarras, la
computadora fuera de la mochila, pasaporte y pase de abordar sobre la
computadora.
Por fin la sala de espera, el avión y un par de horas más tarde estoy en Madrid. Nuevamente paso migración donde me preguntan cual fue el motivo de mi viaje y de ahí me voy a esperar otras dos horas para subir a otro avión y llegar a la Ciudad de México, también en este vuelo habré de dormir tanto como me sea posible. Hacia mucho tiempo que no me alegraba volver al D.F.
El capitán hace el anuncio estamos llegando a la ciudad y es necesario ajustar los cinturones, subir el respaldo y apagar todos los aparatos electrónicos. Previo al descenso, puedo sentir el sol colándose por la ventana, pero al cruzar una capa de nubes, el sol se queda arriba, debajo esta nublado, con lluvia, la ciudad tal como me gusta. El avión aterriza, cuando casi ha hecho alto total el capitán nuevamente hace un anuncio, dando la bienvenida a la Ciudad de México, informando del clima y deseando “volver a verlos pronto” acto seguido todos aplauden y entre empujones comienzan a sacar sus maletas de los compartimentos. Larga fila en migración, pero resulta en mi beneficio porque cuando llego al carrusel mi maleta esta ahí. Paso por la aduana con semáforo verde, al salir me esperan María y mi mamá. Les sonrío pero pueden ver que vengo ya molesto, poco me ha durado el gusto por volver a la ciudad. Caminamos al carro, pongo las cosas en la cajuela y manejo hacia la casa, en el camino me comienzo a enojar, todavía más… El pendejo que se mete sin poner la direccional, el que maneja en el carril de alta velocidad como si estuviera en el de baja y así. Me pregunto porque me alegré tanto de regresar.
Por fin la sala de espera, el avión y un par de horas más tarde estoy en Madrid. Nuevamente paso migración donde me preguntan cual fue el motivo de mi viaje y de ahí me voy a esperar otras dos horas para subir a otro avión y llegar a la Ciudad de México, también en este vuelo habré de dormir tanto como me sea posible. Hacia mucho tiempo que no me alegraba volver al D.F.
El capitán hace el anuncio estamos llegando a la ciudad y es necesario ajustar los cinturones, subir el respaldo y apagar todos los aparatos electrónicos. Previo al descenso, puedo sentir el sol colándose por la ventana, pero al cruzar una capa de nubes, el sol se queda arriba, debajo esta nublado, con lluvia, la ciudad tal como me gusta. El avión aterriza, cuando casi ha hecho alto total el capitán nuevamente hace un anuncio, dando la bienvenida a la Ciudad de México, informando del clima y deseando “volver a verlos pronto” acto seguido todos aplauden y entre empujones comienzan a sacar sus maletas de los compartimentos. Larga fila en migración, pero resulta en mi beneficio porque cuando llego al carrusel mi maleta esta ahí. Paso por la aduana con semáforo verde, al salir me esperan María y mi mamá. Les sonrío pero pueden ver que vengo ya molesto, poco me ha durado el gusto por volver a la ciudad. Caminamos al carro, pongo las cosas en la cajuela y manejo hacia la casa, en el camino me comienzo a enojar, todavía más… El pendejo que se mete sin poner la direccional, el que maneja en el carril de alta velocidad como si estuviera en el de baja y así. Me pregunto porque me alegré tanto de regresar.
Ya en
la casa, Macario me recibe como siempre, con la misma gratitud, con la misma
lealtad, lambiendo mis manos, oliendo mis mochilas, mi ropa y mis zapatos,
intentando descifrar donde demonios he estado. Saco de la mochila unas cosas
que compre como recuerdos aquella última tarde en Viena, hago la entrega y
platico un poco de mi viaje y mis actividades. Estoy cansado y se refleja en mi
cara, los cambios de horario en menos de una semana no me han favorecido. Mi
mamá se va a su casa y yo me voy temprano a la cama pero no me logro dormir. Me
quedo ahí tendido, con la tele encendida hasta que el sueño me vence.
El
domingo, hacemos un par de cosas por la mañana y después regresamos a la casa
para prepararnos para lo que habría de ser una semana ajetreada en el trabajo,
tanto para María como para mi.
Si hay
algún tipo de resolución a la cual pude haber llegado durante la semana de
entrenamiento es que hay cosas que escapan a mi control y que tengo que resolver
en el momento, algo así como ir apagando incendios que obviamente, no están nunca
previstos. Con esto en mente, el día Lunes me levanto sin pesar, me preparo el
café para acabar de despertar, me baño, salgo con Macario al parque para que corra y haga del baño, regreso a la casa y preparo mi mochila, la coloco en mi
espalda y salgo a la calle para buscar un taxi que me lleve a la oficina.
Camino
casi hasta circuito interior, me subo a un taxi, no hemos avanzado ni una calle
cuando el chofer intenta iniciar una conversación conmigo, pero estoy de buen
humor así que me vuelvo participe. Me cuenta como le fue de día del padre, de
su hijo que no se duerme hasta pasada la media noche, que se le hizo tarde para
salir a trabajar, que ahora vive en Coacalco pero que antes vivía en esta
colonia, que tuvo un problema fuerte en la casa que habitaba, que termino en
demandas judiciales, que fue despedido de su antiguo trabajo por ausentarse sin
justificación y desde entonces maneja el taxi y se ha dado cuenta que no es
nada sencillo. Pero a un año siente que entiende ya, como funcionan las cosas en
el mundo de los chóferes de taxi. Estamos ya en la esquina de Bolívar e
Izazaga, ahí me bajo, solo tengo que caminar media calle hacia la oficina, cruzar el portón rojo, subir al segundo piso y abrir las dos chapas con las que se
asegura la puerta. Al entrar, de inmediato noto que aún no ha llegado nadie, subo el switch de la alimentación eléctrica, camino a mi
escritorio, enciendo la computadora, camino hacia la ventana y la abro, regreso al escritorio donde he de permanecer la mayor parte del tiempo sentado mirando al monitor.
El día transcurre con bastante normalidad, envío algunos correos, platico con
Sandra sobre los pormenores del entrenamiento, salgo a la sucursal de Estafeta
a mandar un paquete, llevo un rollo a revelar. Para cuando son las 5 de la
tarde estoy enviando un ultimo correo electrónico. Apago mi computadora, guardo
mis cosas y reviso las llantas de mi bicicleta, me cercioro que tengan aire
suficiente ya que la había dejado ahí toda la semana. Mi plan, recoger el
rollo que deje para revelar, ir a casa a dejar algunas cosas y regresar al
Auditorio Nacional por un asunto de trabajo.
Me
cargo mi bicicleta al hombro para bajar los dos pisos, ya en el pasillo me subo en
ella y comienzo mi recorrido a casa. Me voy por Isabel La Católica, vuelta a la
derecha en Regina donde recojo mi rollo. Sigo por Regina, izquierda
en 20 de Noviembre, rodeo la plancha del Zócalo y tomo Brasil, vuelta a la
derecha en Republica de Venezuela hasta Congreso de la Unión. Ya en Congreso
doy vuelta a la izquierda, 10 minutos después, llego a Peluqueros donde doy
vuelta a la derecha hasta llegar a Eduardo Molina.
Durante
todo el trayecto, la cuestión es ir esquivando peatones, carros estacionados en
zonas prohibidas, puestos ambulantes invadiendo los carriles, microbuses,
metrobuses, diableros, taxistas, ciclistas y demás. Una patrulla que se pasa el
alto en Congreso de la Unión, charcos a lo largo del camino y un sin fin de
topes y semáforos que nadie respeta y que parecieran estar dispuestos más al
azar que con planeación.
POR PELUQUEROS, DE CONGRESO A MOLINA.
Cada
que doy vuelta en Peluqueros, invariablemente me encuentro con un carro estacionado justo en la esquina, obstruyendo el paso, aún cuando no debiera de estar ahí. Al cruzar la primer calle hay una zona escolar, del lado
izquierdo una escuela de educación media del IPN, después una escuela primaria
y después una tienda del ISSTE, del lado derecho esta el Deportivo Molina y un
Centro de Salud en la esquina de Peluqueros y Molina. Cuando no hay carros
estacionados del lado derecho circulo por ese carril ya que me resulta cómodo
no brincar en cada tope, así hasta Eduardo Molina, esta vez había carros
entonces me fui por el carril central, hasta Molina donde me puse en el carril
de la extrema derecha mientras esperaba a que la luz del semáforo cambiara a
verde.
El semáforo
en Eduardo Molina, va de verde a ámbar y me adelanto a las líneas de cruce
peatonal, un taxi que circulaba sobre Molina también invade las líneas y se
para perpendicular a Peluqueros, obstruyendo todos los carriles para dar vuelta en "U" sobre Molina con dirección al Circuito Interior. La luz en rojo,
dos carros ignoran el alto y cruzan Eduardo Molina con velocidad. En ese tramo,
la avenida es de 5 carriles, en los cuatro primeros los carros hacen alto total
cuando ven que su escapada ha sido interrumpida por la luz roja, el carril de
alta ha quedado vacío y solo se ve una camioneta que se ha quedado unos treinta
o cuarenta metros atrás. Pedaleo para cruzar la calle…
-Estoy
pensando en que a mi chicle ya se le acabo el sabor, esto significa que estoy a
menos de diez minutos de llegar a mi casa. Solo tengo que doblar a la izquierda
en Molina, cruzar Canal del Norte y también Circuito Interior, para después dar vuelta
a la derecha en Oriente 91, entrar a la colonia seguir hasta norte 90, o la
noventa como todos los locales la conocemos. No voy a subir la bicicleta, la
voy a dejar sujeta a la protección de la ventana afuera de la casa de mi tía,
solo voy a entrar a la casa a cambiarme y a sacar unas cosas de la mochila y
meter otras. Hoy María sale tarde del trabajo así que la veré a la mañana
siguiente cuando nos levantemos para ir a trabajar -bueno la veré antes cuando
llegue y este dormida en la cama-. Macario va a estar un poco desilusionado,
porque seguramente querrá salir otra vez al parque a correr, además de que no me vio durante una semana, pero no será así
porque llevo prisa. Al menos salimos
por la mañana. Creo
que me voy a ir al Auditorio por Reforma, mi ruta antigua como cuando trabajaba
en la embajada, será más fácil. Desde la mañana puse la luz para la bicicleta
en la mochila. Quiero llegar al evento temprano justo antes de que entre toda
la gente, tomar fotos conforme vayan llegando y unas fotos dentro del
lugar mientras el concierto esta en pleno. Nuevamente pienso en el cansancio
del viaje y no se me antoja el desvelo. No me dan ganas de regresar tarde-
…mientras
voy viendo a mi derecha para cerciorarme que el par de carros que vienen sobre
Molina con dirección a Circuito no vayan a cruzar peluqueros con la luz en
rojo. Solo siento un cuerpo que se aproxima a mi por mi lado izquierdo. Como
cuando vas caminando por donde juegan futbol y te toca un pelotazo en la cara,
solo encoges la cara un poco y la cubres con tus hombros. Me pasa igual, solo
que esta vez una camioneta blanca –no un balón- llega hasta mi sin detenerse.
-¡Ya
valí verga!
No sé si lo dije, o lo pensé. Seguido al impacto en mi costado izquierdo creo que di un par de vueltas y pensé varias cosas a la vez. No sé que cosas, fue como si se agolparan en mi cabeza un millón de ideas de las cuales no recuerdo ninguna, pero tengo esa certeza. Solo recuerdo caer al suelo, golpear el pavimento, no sentir dolor, después todo se oscureció…
No sé si lo dije, o lo pensé. Seguido al impacto en mi costado izquierdo creo que di un par de vueltas y pensé varias cosas a la vez. No sé que cosas, fue como si se agolparan en mi cabeza un millón de ideas de las cuales no recuerdo ninguna, pero tengo esa certeza. Solo recuerdo caer al suelo, golpear el pavimento, no sentir dolor, después todo se oscureció…
Una
sirena llora y me intento levantar. No puedo respirar, siento ambos costados a
la altura de mis costillas con dolor y hago todo por jalar algo de aire.
Escucho un par de voces que me dicen:
-No te levantes
carnal, no te levantes.
Pero me ayudan a sentar. Desde mi perspectiva veo el
Centro de Salud, supongo eso significa que en efecto, di al menos una vuelta al
momento del impacto porque he quedado en dirección opuesta a la que iba.
Aún
aturdido, escucho voces
-¿Cómo
estas güero? ¿Qué te duele?
-Acuéstate
-Acuéstalo, no lo muevas,
-No te
levantes, ¿Cómo te sientes?
-¿Quieres
que le avise a alguien?
Siento
mi cabeza caliente y estoy seguro que esta sangrando, la recorro con mi mano
izquierda para después ponerla frente a mis ojos, no hay rastros de sangre, mi
cabeza esta adormecida al tacto. En mi frente, del lado derecho he sentido un
chipote producto del impacto con el pavimento. Los dos cábulas
que están ahí haciéndome preguntas me dicen que me acueste, uno de ellos me
retira la mochila pero deja mi brazo derecho en una de las agarraderas para que
pueda yo estar pendiente de mis cosas. Toco mis bolsillos y en el izquierdo
siento mi teléfono, intento llamar a María sin éxito. Veo en la pantalla que la
llamada entra pero no escucho nada, no se si sea por el golpe, intento llamar a
Javier, después a Marti y también a mi primo, pero no me puedo comunicar.
-¿No te
contestan güero? ¿Si quieres marca de mi teléfono? Pásame el número.
Le paso
el numero de Javier, le llaman y me lo comunican. A Javier le digo que me han
atropellado. Que estoy bien, que le avise a María y que le diga que este
tranquila, que estoy bien. Trato de explicar donde fue el accidente y que estoy
cerca de la casa. Dudo que ubique el lugar.
Se acerca un policía y me pregunta como estoy me pide que le de mi mochila pero no confío en nadie, menos en el, le digo que así esta bien, que estoy bien.
Después
se pone frente a mi y me hace algunas preguntas.
- ¿Cuál
es tu nombre? ¿Sabes donde estas? ¿Sabes que te paso? ¿Qué día es hoy? ¿Quieres
que le avisemos a alguien?
El
chofer de la camioneta se acerca a mi. (Se que es el chofer porque trae en la
mano un teléfono y unas hojas que a mi parecer son los papeles del carro a un
lado de el esta un policía)
–Es que
te pasaste el alto güero.
-No
mames que me pase el alto. Al rato que declaremos ya cada quien dará su versión.
– Es lo único que atino a decirle-
Minutos
después llegan un par de hombres de algún grupo de rescate (comunes en la
ciudad), me hacen una revisión rápida, me avisan que Irán palpando diferentes
partes del cuerpo, que les indique donde me duele. Mi pie izquierdo, ese pie me
duele, me retiran con cuidado el tenis.
-Hay
que quitarlo del paso.
Después
de cerciorarse que nada más me duele me ayudan a ponerme en pie para que me
siente en la guarnición que divide ambos sentidos de Eduardo Molina. Por
primera vez veo mi bicicleta y se ve bastante hecha mierda. Mi teléfono
comienza a vibrar una llamada esta entrando. Es mi primo, toco la pantalla para
contestar pero no tengo éxito, no lo escucho y el tampoco me escucha.
Nuevamente uno de los dos cábulas que están ahí desde el principio me ofrece
llamar desde su teléfono, asiento con la cabeza y le paso mi teléfono con el
numero de mi primo en la pantalla.
-A ver
mira te comunico a Rafael.
Le pregunto
a mi primo donde esta, si esta ocupado, si esta cerca de la casa. Finalmente,
cuando ha respondido a todos mis cuestionamientos le digo que fui atropellado y
le explico donde estoy. Le pido que venga.
Nuevamente
suena el teléfono esta vez es María. Le envío un mensaje donde le
explico que estoy bien, que no se preocupe, que ya me vana a trasladar al hospital. Los
paramédicos han llegado, me ponen en la camilla para subirme a la ambulancia. Son
tres, una mujer y dos hombres. Me hacen las mismas preguntas una vez más y
agregan otras tantas.
-¿Tienes
seguro güero? ¿Ya le avisaste a algún familiar?
Les
indico que me lleven a un hospital que esta en la colonia Lindavista, alguna
vez fui a ese lugar y sé que la aseguradora lo cubre.
-¿Estas
seguro Güero? Luego llevamos pacientes y nos los rechazan.
Le
envío un mensaje a María para corroborar si esta bien que llegue a ese hospital.
Todo mundo sigue hablando: en sus radios, policías y paramédicos, se
acercan a la puerta de la ambulancia, me hacen más preguntas, me dicen que ya
nos vamos, me vuelven a preguntar
mi nombre, me preguntan si estoy seguro de que me van a recibir en ese
hospital…
-¿Qué
pedo güey como estas? – La voz de mi primo-
-¿Es
usted su familiar? – El paramédico-
-Si
estoy bien ya me van a llevar al hospital, a ese de Lindavista ahí en Río
Bamba. ¿Tienes dinero? Ve a la casa por la camioneta y te veo allá.
-¿Quién
fue el que te atropello?
-Una
camioneta blanca que esta allá afuera, un güey moreno, medio gordo es el que venia
manejando.
El
trayecto al hospital fue por demás incomodo, me levantaron del pavimento en una
de esas “tablas de alzado” y de ahí me pusieron en la camilla para meterme a la
ambulancia, inmovilizado con cinturones que cruzaban mi cuerpo de un lado a otro. Todos los baches los podía sentir, sentía las vueltas pronunciadas y la
velocidad a la que se desplazaba la ambulancia. A través de las ventanas en la
parte superior de la ambulancia, vi el letrero del Wal-mart que está en Molina
y San Juan de Aragón. El paramédico
que iba a mi lado me decía constantemente que ya casi llegábamos, yo sabía que
no era cierto. Dentro de lo posible, trate de relajarme y mantener mi mente en
blanco. Unos cinco minutos antes de llegar al hospital comencé a sentir nauseas
y dificultad para respirar. Tome mi mochila busque la cartera para sacar de ella mi
identificación y la tarjeta del seguro. Avise al paramédico que probablemente
me iba a desmayar pero que había puesto en la bolsa izquierda del pantalón, mi
identificación y la tarjeta del seguro medico para el ingreso al hospital.
-No te
preocupes güero ya casi llegamos.
Al
ingresar a urgencias, los paramédicos explicaron a los doctores que me
recibieron las circunstancias y porque estaba ahí. Me pasaron a una cama más cómoda,
deslizándome para no empeorar una posible lesión cervical. Me pidieron
que les diera mi mochila, me retiraron toda la ropa para después enfundarme la clásica
bata que se sujeta por la espalda. Nuevamente las preguntas de que y como había
pasado, donde estaba, como me llamaba, etc.
Así transcurrió
esa tarde noche, con un policía entrando constantemente a donde estaba
acostado, haciéndola de abogado del diablo.
-Entonces
que güero, le vas a otorgar el perdón. Es mejor, arréglense de una vez y que te
pase una feria.
Solo
podía pensar en que no sabia realmente cual era mi estado físico y este tipo
se plantaba tan fresco a decirme que “otorgara el perdón y que me arreglara por fuera” Repitió la misma frase a
mis familiares en la sala de espera una y otra vez hasta que le pidieron su
nombre y numero de placa. Eso fue suficiente para que se mantuviera al margen.
En el
hospital me revisaron a conciencia, me dieron medicamentos vía intravenosa y
tomaron radiografías de todo el cuerpo. El diagnostico fue: Policontundido y me
quede 36 horas en observación. Salí de ahí hasta el día miércoles, solo para ir
al Ministerio Publico a rendir mi declaración. Pero no pude declarar ya que mi
caso fue turnado a un Juez Cívico, de acuerdo a una nueva ley que recién entro
en vigor, en la que se explica a grandes rasgos que si las lesiones del
atropellado no ponen la vida en riesgo, el que atropella solo es detenido
durante 36 horas y puede salir sin necesidad de pagar una fianza. No hay delito
que perseguir, se ha cometido una falta cívica, por lo cual solo procede una
demanda en esta vía para buscar la compensación de los daños materiales.
Migrañas
diarias, cuerpo adolorido y moretones que con el paso de los días se van
desvaneciendo. Un diente flojo que ahora esta sujeto a otro par de dientes con
un alambre y unos puntos de resina. Esos son mis trofeos.
Unos días menos molesto que otros, el miércoles que fui dado de alta trate de escribir algunas cosas, y casi en todos los renglones había un error en las palabras, letras que escribí donde no tenían que ser escritas. No lo pude identificar hasta el día siguiente. Desde entonces ese ha sido mi mayor miedo, todas las noches antes de dormir, pienso si voy a poder escribir sin cometer esos errores que han pasado inadvertidos.
Cada
quien su golpe, básicamente esa es la historia. Esa ha sido siempre la
historia, si intentas “hacer lo correcto” te topas de frente con la burocracia
y el hastío de gente que pretende hacer su trabajo y terminan haciendo una
mierda de trabajo. Mientras que al otro lado del mostrador te quedas, con tu
golpe, mirando atónito, mientras que alguien de muy mala gana, te informa que
no se puede hacer nada al tiempo que da un sorbo a su café. La situación les resulta
completamente ajena. Me supongo que con todas las cosas que ven a diario, sea
una de las principales virtudes que les son requeridas. No sentir empatía por
las personas que están atendiendo. Remitirse a los hechos y aplicar los
procedimientos aunque esto implique tratar a la gente con una indiferencia
absoluta y despotismo total.
Pinche
Junio de mierda que bueno que te hayas terminado.
Sinceramente no se porque me alegra tanto. Julio ya esta aquí y me suena a que son hermanos o parientes cercanos.
Sinceramente no se porque me alegra tanto. Julio ya esta aquí y me suena a que son hermanos o parientes cercanos.
¡No helmet ‘till your head cracks!
2 comments:
Damn. - - - Pues sobre la observación/temor final, según esta historia no te va a pasar eso de olvidar las letras: La mejor que he leído en mucho tiempo aquí.
Pinche junio.
Que buena introducción la parte de Austria. (!)
Y nada. La importación del país hace falta.
Y la del mundo, de una vez.
Animo!!
(con "importación" me refería a "implotación"). (me la cambió el spell-check).
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