Tuesday, May 26, 2009

ANGEL Capitulo ll Sintiendome Ausente y Pensando en mi Regreso.

















Son las 5 de la mañana y suena la bocina de un carro dos veces. Dormí vestido: tenis pantalón negro de mezclilla, camisa de manga corta, sudadera y un gorro para el frío. Al salir a la calle me doy cuenta de que la bocina que sonaba era la de un taxista que me hace una seña para que me apure. Subo en la parte trasera y hay otros dos hombres sentados. Después de unos segundos de silencio, el tipo al volante me empieza a dar instrucciones con un tono de fastidio, probablemente porque había repetido las mismas instrucciones con anterioridad. Se desplaza a gran velocidad en las calles desiertas y llegamos a nuestro destino donde la última indicación, es que sigamos a “aquel compa que esta ahí y hagamos todo como él lo diga, cuando él lo diga”.
Seguimos a “aquel compa” a través de unos matorrales, caminando encorvados, hasta llegar a un punto de reunión donde hay otro grupo, y nos dice que nos sentemos y no hagamos ruido, “ya nomás esperamos otros pollos y nos vamos”.
Empieza a clarear y los rostros difusos en la oscuridad se vuelven nítidos; todos los que estamos ahí nos miramos entre sí, unos con disimulo y otros sin reservas. Siento cómo las miradas se clavan en mí en particular; siento las miradas desconfiadas, como aquellas veces en las que he caminado en el lugar equivocado a la hora equivocada.
Llega el último grupo y nos vamos entre los matorrales caminando hasta la línea, todos en una fila similar a los elefantes de circo. Hay una pequeña depresión en el terreno, que está rodeada por árboles y arbustos secos; hay botellas de agua vacías, pantalones, sueters y unas pantaletas colgando de una rama. Se forman dos grupos y a mi me toca estar en el primero. Salimos de nuestra madriguera y caminamos con rumbo a ese puente que cruza el canal de riego; justo antes de explicar el siguiente paso, suena el radio del pollero:
-“si, ya tengo aquí a los pollos”…
-“si, listos”…



















Termina la conversación y nos dice cómo cruzar para que no caigamos al agua y advierte que ya se han caído algunos y que eso echa a perder todo porque ya no se puede cruzar ese día. Mientras cruzamos se siente la vibración del puente cada que pasan los carros. Ya del otro lado, nos pegamos contra la pared y las llamadas al radio se vuelven cada vez más frecuentes…
-“¡Ahora sí, cabrones, nomás llega la troka y le corren hacia ella!”…
-“¡tienen que saltar uno tras otro a la caja y se van acomodando conforme caigan!”...
-“¡no tengan miedo y así como lleguen a la orilla, brinquen!”...
-“¡no lo piensen, porque se tiene que hacer todo rápido!”...
-“en la caja va a haber una lona, se la tienen que poner encima y los de las orillas la agarran fuerte para que se vayan tapados todo el tiempo, ¿entendido?”
Puesto que nadie hizo preguntas, significó que todos entendimos, así que sonó el radio por última vez… Al escuchar un: “¡arre cabrones!”… todos corrimos hacia la orilla y brincamos unos dos metros para caer a la caja de la troca. Hubo varios mayugados y otros tantos se golpearon con la orilla de la caja, pero eso sí, nadie dudó al momento de saltar. La troca (setentera, usada para trabajar el campo ) se arrancó y salió tan rápido como lo permitió la máquina y la carga. Mientras esto sucedía, los que estábamos en las orillas sosteníamos firmemente la lona, misma que el viento se empeñaba en arrebatarnos.
El conductor pasó con la misma velocidad baches y terrenos empedrados a lo largo del canal de riego, hasta llegar al camino pavimentado. Seguimos moviéndonos a gran velocidad, cuando de repente se escucha una pequeña detonación, acompañada de un olor a hule quemado; seguido de esto se escuchan sirenas y, segundos más tarde, se escuchan dos motores más y con un altavoz le indican al chofer que se pare. Sin embargo, éste no obedece las órdenes y sigue adelante, aunque con un neumático menos no habremos de llegar lejos.
Mientras bajo la lona, todos los rostros con un tono verde por los rayos del sol que se cuelan, reflejan angustia y preocupación ya que, durante la persecución, hemos ido rebotando unos contra otros, en ocasiones casi a punto de salirnos de la caja. La situación se pone peor cuando alguien a mi lado comienza a rezar y suelta la lona para persignarse. Una de las tres mujeres que iba en el grupo comienza a llorar; todos y cada uno en nuestra particular manera, caemos en un estado de pánico que se ve interrumpido cuando la camioneta se detiene en medio de un campo de maíz. Nos sacamos de encima la lona y vemos al chofer salir huyendo, seguido por los otros dos que iban en la cabina, mientras en la caja tratamos de zafarnos de los cuerpos que han quedado encimados, sin orden ni distinción alguna. Para cuando nos podemos mover, estamos ya rodeados por varios de la migra y a la distancia vienen otras dos camionetas. No tiene sentido correr, nos ordenan bajar y nos ponen alineados contra la camioneta. Unos metros campo adentro, el chofer es sometido junto con los otros dos que salieron corriendo.
Fin del recorrido.



















Setenta y dos horas mas tarde, me encuentro en la Avenida Colón, a escasos metros de la garita, con una cuerda amarrada a mi cintura y utilizando como primer escalón la pierna de un tecato, mismo que habrá de detener la cuerda, cuando me deje caer del otro lado. Mientras cubro mi rostro con la capucha de mi suéter, escucho el murmullo de la gente que está en la fila de los carros para cruzar al otro lado:
-“¡míralo, se va a saltar!”
-“¡ahí va!...¡ahí va!”…
Después de apoyarme en aquel primer escalón, meto mis manos dentro de los orificios que tiene el cerco y jalo mi cuerpo hacia arriba; repito el movimiento dos veces, hasta que llego a lo más alto del cerco, donde sin pensarlo me dejo caer…
Me habían dicho que al bajar, me tenía que quitar la cuerda de inmediato y correr hacia las tiendas. No me pareció muy prudente salir corriendo y preferí tomarlo con calma. Me costó un poco de trabajo zafarme la cuerda que se habia apretado de más con mi propio peso; cuando lo logré, caminé unos diez metros, hacia donde empezaban las casas y en cuclillas, tras unos arbustos, me deshice de la gorra y el suéter. Caminé con seguridad hacia la calle y a mi lado izquierdo, me miraban todos los que me vieron cruzar pero nadie dijo nada. Me miraban sólo con curiosidad por saber si iba a lograrlo, o si me arrestarían unos metros más adelante.
Mientrtas caminaba, miraba con disimulo a mi alrededor para así cerciorarme que todo estaba bien. Al llegar a la esquina, la luz estaba en rojo y esperé para cruzar la calle, justo cuando la luz cambia a verde y me dispongo a caminar, un migra llega por la izquierda y me dice que espere ahí:
-“Hold it right there, Sir!”
-“What clothes was he wearing?”
-“Yeah, yeah, which color?”
-“No, we don’t have a match!”
Transcurrió toda la luz verde y otra roja, cuando por fin me dijo que me podía ir.
-“Ok Sir, you can go now!”
Ahora sí crucé la calle y me perdí entre la gente que inundaba el centro de Calexico, un sábado a medio día…
Por la tarde, terminé en Indio, afuera de una licorería, para despué llegar a mi destino final, Palm Desert. Llegamos al lugar donde a partir de ese momento habría de vivir. Puertas automáticas para meter el carrro, con una alberca comunitaria justo en el centro de todos los departamentos, cuadros de cemento que te indican por dónde caminar, rodeados de pasto color verde, contrario al color del pasto quemado al cual estoy acostumbrado.
Al cruzar aquel umbral entro a un lugar vacío.



ANGEL CAPITULO 2 Sintiendome Ausente y Pensando en mi Regreso

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