Monday, July 02, 2012

El arrollo.


Me subí al avión, un sábado al medio día.

Me baje de ese avión para subirme a otro a la mañana del domingo, el último descenso fue una vez más, al medio día del domingo. Tenía las instrucciones para ir del aeropuerto a donde me habría de hospedar, guardadas en el teléfono. Los boletos del metro que había comprado previamente los mantenía a ala altura de mi pecho junto con los pases de abordar y el pasaporte.

Casi lo logro. Llegue a Wurzelsepp, el bar donde me entregaron un sobre con mi nombre escrito y una llave dentro. Para así poder instalarme en el departamento, con fines de ahorrar en viáticos una cantidad sustancial en euros. Dentro de aquel sobre no había un papel con la dirección del apartamento, tampoco en las instrucciones que guardaba en mi teléfono… Siguiente paso, buscar una caseta telefónica, hacer una llamada y pedir el resto de la información necesaria. Después de media hora  y minutos de desesperación me instale en un sillón, en la sala, en el último piso, en aquel edificio de la calle Hollergasse, en Viena.

Deje mis dos mochilas al pie del sillón. Justo cuando me disponía a recostar para dormir un poco, la chapa de la puerta giro desde afuera. Me levante, camine hacia el pasillo para encontrarme de frente con un tipo asiático que desconcertado me mira de pies a cabeza. Me presento y le digo que había sido informado que lo pondrían al tanto de mi presencia. Cruza la sala, y se pierde al subir las escaleras sin decir una palabra. Un par de minutos después baja y me dice que lo disculpe por la confusión que el tenía entendido que yo habría de llegar una semana después. Me lleva al que ha de ser mi cuarto durante seis días y se despide mientras me ofrece ayuda “no dudes en tocar la puerta si necesitas algo”


La semana transcurre igual que aquella semana en Buenos Aires, o como aquel año y medio en Palm Desert, como todas las semanas que son de trabajo, con el mismo hastío, y con el mismo ritmo de siempre, con las presentaciones, las preguntas, el asombro y ese paternalismo característico que sinceramente me ha dejado de ofender desde hace mucho. Aunque no por eso me pasa desapercibido.

Mi último día en Viena. Lo paso en la oficina trabajando con la promesa de salir una hora más temprano para que alcance a llegar a esas tiendas, donde venden recuerdos de una ciudad que no he explorado, quiero cosas pequeñas que no ocupen espacio en mi mochila, que no pesen. Un imán o una postal que diga Viena o Austria con un edificio o paisaje desconocido. Todo aquí cierra tan temprano. Salgo de la oficina al departamento 4:30 pm, dejo mi computadora, llevo conmigo la mochila para poner ahí lo que sea que compre. Tengo tres horas para encontrarme con alguna de la gente del trabajo que fueron lo políticamente correctos, como para no declinar la invitación hecha por mi jefa directa para tomar unos tragos con alguien completamente desconocido y ajeno a ellos. La cita es en: el Dachboden. Según me cuentan es uno de los bares mas populares, situado en el último piso de un hotel desde el cual se puede ver toda la ciudad. Ese es su principal atractivo supongo. Cuando llego al lugar aún no esta a su máxima capacidad, pero la gente no deja de llegar. Mucha gente joven pero en un abrir y cerrar de ojos el lugar queda repleto de gente nada joven, pero con poder adquisitivo y la imperiosa necesidad de sentirse parte de ese ambiente de gente joven, aunque no entiendan la música (como yo), aunque los miren raro (como a mi) En este principio de verano en Viena, oscurece por ahí de las 9:30 pm pero me pierdo el atardecer y la panorámica de la ciudad porque en las pantallas del bar pasan el partido de futbol estelar de ese día: Suecia – Inglaterra. Me resulta imposible no recordar a Andreas, lo imagino reunido en la casa de alguno de sus amigos, bebiendo cerveza mientras ven el partido. Yo, tengo que estar en el aeropuerto a las 5 de la mañana, así que lo tengo decidido desde hace un par de días. No habré de dormir hasta que me haya instalado en los incómodos asientos de Iberia. Salimos del bar poco antes de la una de la mañana caminamos en las calles del centro de Viena hacia otro lugar (esta vez uno más relajado) Las calles de Viena a parte de cálidas son seguras, al menos así me lo parece con toda esa cerveza encima. Después de unos diez minutos llegamos al lugar, que tiene a mas gente bebiendo afuera que adentro, lo cual es bueno porque logramos sentarnos en una mesa para tomar un de cervezas mas. Es un lugar como muchos otros en el mundo, con gente que se ve estéticamente bien, esto no quiere decir que no suceda lo mismo en México, tiene que ver más con ver lo mismo toda la vida y de repente cambiar de panorama.

Seguimos platicando en la mesa de aquel bar, más bien yo respondo preguntas y de ahí se establecen diálogos, lo de siempre: ¿Qué si México es tan peligroso como se ve en las noticias? ¿Es cierto que te pueden matar tan pronto pones un pie en la calle? En esa mesa de aquel bar en Viena, me vengo a enterar que Carlos Slim es ahora dueño de gran parte de las telecomunicaciones en Austria… En nuestra platica, recorremos todos los lugares comunes habidos y por haber. Una hora después, camino hasta el apartamento acompañado por uno de los integrantes del departamento de Marketing de la compañía. El camino es largo, la platica se mantiene en el ámbito de lo superficial no se torna para nada profunda. Nos despedimos justo en la parada del tranvía cercana al departamento, busco otro lugar para beberme un par de cervezas más y que no tenga la necesidad de esperar al taxi por mucho tiempo. No quiero ir al apartamento aún, mi temor más grande es perder el vuelo por quedarme dormido.

Encuentro un bar y después de dos cervezas que me bebo con extrema calma, camino al departamento, me cambio la camisa, lavo mi cara, mis dientes, me pongo desodorante y cargo en mi espalda la mochila que me ha acompañado en los viajes recientes. Coloco la mochila pequeña al frente, levanto una bolsa con basura, tomo las llaves del departamento y bajo las escaleras hasta el comedor. Dejo las llaves sobre la mesa con una hoja que dice “Cheers Leo”. Cierro la puerta, bajo por el elevador, salgo a la calle, y camino a la esquina para tirar la basura en los botes que están ahí colocados, camino de regreso a la entrada del edificio y al voltear la cara el taxi llega de inmediato. 

El chofer maneja a buena velocidad y la estación de radio que esta escuchando toca blues, en menos de media hora estamos en el aeropuerto. Llego a la ventanilla de Iberia y espero acompañado de otros tantos por más de una hora hasta que abren el mostrador, documento mi maleta y me voy a la sala de espera. Los clásicos puntos de revisión. No zapatos, no llaves no monedas, no chamarras, la computadora fuera de la mochila, pasaporte y pase de abordar sobre la computadora.

Por fin la sala de espera, el avión y un par de horas más tarde estoy en Madrid. Nuevamente paso migración donde me preguntan cual fue el motivo de mi viaje y de ahí me voy a esperar otras dos horas para subir a otro avión y llegar a la Ciudad de México, también en este vuelo habré de dormir tanto como me sea posible. Hacia mucho tiempo que no me alegraba volver al D.F.

El capitán hace el anuncio estamos llegando a la ciudad y es necesario ajustar los cinturones, subir el respaldo y apagar todos los aparatos electrónicos. Previo al descenso, puedo sentir el sol colándose por la ventana, pero al cruzar una capa de nubes, el sol se queda arriba, debajo esta nublado, con lluvia, la ciudad tal como me gusta. El avión aterriza, cuando casi ha hecho alto total el capitán nuevamente hace un anuncio, dando la bienvenida a la Ciudad de México, informando del clima y deseando “volver a verlos pronto” acto seguido todos aplauden y entre empujones comienzan a sacar sus maletas de los compartimentos. Larga fila en migración, pero resulta en mi beneficio porque cuando llego al carrusel mi maleta esta ahí. Paso por la aduana con semáforo verde, al salir me esperan María y mi mamá. Les sonrío pero pueden ver que vengo ya molesto, poco me ha durado el gusto por volver a la ciudad. Caminamos al carro, pongo las cosas en la cajuela y manejo hacia la casa, en el camino me comienzo a enojar, todavía más… El pendejo que se mete sin poner la direccional, el que maneja en el carril de alta velocidad como si estuviera en el de baja y así. Me pregunto porque me alegré tanto de regresar.

Ya en la casa, Macario me recibe como siempre, con la misma gratitud, con la misma lealtad, lambiendo mis manos, oliendo mis mochilas, mi ropa y mis zapatos, intentando descifrar donde demonios he estado. Saco de la mochila unas cosas que compre como recuerdos aquella última tarde en Viena, hago la entrega y platico un poco de mi viaje y mis actividades. Estoy cansado y se refleja en mi cara, los cambios de horario en menos de una semana no me han favorecido. Mi mamá se va a su casa y yo me voy temprano a la cama pero no me logro dormir. Me quedo ahí tendido, con la tele encendida hasta que el sueño me vence.

El domingo, hacemos un par de cosas por la mañana y después regresamos a la casa para prepararnos para lo que habría de ser una semana ajetreada en el trabajo, tanto para María como para mi.

Si hay algún tipo de resolución a la cual pude haber llegado durante la semana de entrenamiento es que hay cosas que escapan a mi control y que tengo que resolver en el momento, algo así como ir apagando incendios que obviamente, no están nunca previstos. Con esto en mente, el día Lunes me levanto sin pesar, me preparo el café para acabar de despertar, me baño, salgo con Macario al parque para que corra y haga del baño, regreso a la casa y preparo mi mochila, la coloco en mi espalda y salgo a la calle para buscar un taxi que me lleve a la oficina.

Camino casi hasta circuito interior, me subo a un taxi, no hemos avanzado ni una calle cuando el chofer intenta iniciar una conversación conmigo, pero estoy de buen humor así que me vuelvo participe. Me cuenta como le fue de día del padre, de su hijo que no se duerme hasta pasada la media noche, que se le hizo tarde para salir a trabajar, que ahora vive en Coacalco pero que antes vivía en esta colonia, que tuvo un problema fuerte en la casa que habitaba, que termino en demandas judiciales, que fue despedido de su antiguo trabajo por ausentarse sin justificación y desde entonces maneja el taxi y se ha dado cuenta que no es nada sencillo. Pero a un año siente que entiende ya, como funcionan las cosas en el mundo de los chóferes de taxi. Estamos ya en la esquina de Bolívar e Izazaga, ahí me bajo, solo tengo que caminar media calle hacia la oficina, cruzar el portón rojo, subir al segundo piso y abrir las dos chapas con las que se asegura la puerta. Al entrar, de inmediato noto que aún no ha llegado nadie, subo el switch de la alimentación eléctrica, camino a mi escritorio, enciendo la computadora, camino hacia la ventana y la abro, regreso al escritorio donde he de permanecer la mayor parte del tiempo sentado mirando al monitor. El día transcurre con bastante normalidad, envío algunos correos, platico con Sandra sobre los pormenores del entrenamiento, salgo a la sucursal de Estafeta a mandar un paquete, llevo un rollo a revelar. Para cuando son las 5 de la tarde estoy enviando un ultimo correo electrónico. Apago mi computadora, guardo mis cosas y reviso las llantas de mi bicicleta, me cercioro que tengan aire suficiente ya que la había dejado ahí toda la semana. Mi plan, recoger el rollo que deje para revelar, ir a casa a dejar algunas cosas y regresar al Auditorio Nacional por un asunto de trabajo.

Me cargo mi bicicleta al hombro para bajar los dos pisos, ya en el pasillo me subo en ella y comienzo mi recorrido a casa. Me voy por Isabel La Católica, vuelta a la derecha en Regina donde recojo mi rollo. Sigo por Regina, izquierda en 20 de Noviembre, rodeo la plancha del Zócalo y tomo Brasil, vuelta a la derecha en Republica de Venezuela hasta Congreso de la Unión. Ya en Congreso doy vuelta a la izquierda, 10 minutos después, llego a Peluqueros donde doy vuelta a la derecha hasta llegar a Eduardo Molina.

Durante todo el trayecto, la cuestión es ir esquivando peatones, carros estacionados en zonas prohibidas, puestos ambulantes invadiendo los carriles, microbuses, metrobuses, diableros, taxistas, ciclistas y demás. Una patrulla que se pasa el alto en Congreso de la Unión, charcos a lo largo del camino y un sin fin de topes y semáforos que nadie respeta y que parecieran estar dispuestos más al azar que con planeación.



POR PELUQUEROS, DE CONGRESO A MOLINA.
Cada que doy vuelta en Peluqueros, invariablemente me encuentro con un carro estacionado justo en la esquina, obstruyendo el paso, aún cuando no debiera de estar ahí. Al cruzar la primer calle hay una zona escolar, del lado izquierdo una escuela de educación media del IPN, después una escuela primaria y después una tienda del ISSTE, del lado derecho esta el Deportivo Molina y un Centro de Salud en la esquina de Peluqueros y Molina. Cuando no hay carros estacionados del lado derecho circulo por ese carril ya que me resulta cómodo no brincar en cada tope, así hasta Eduardo Molina, esta vez había carros entonces me fui por el carril central, hasta Molina donde me puse en el carril de la extrema derecha mientras esperaba a que la luz del semáforo cambiara a verde.

El semáforo en Eduardo Molina, va de verde a ámbar y me adelanto a las líneas de cruce peatonal, un taxi que circulaba sobre Molina también invade las líneas y se para perpendicular a Peluqueros, obstruyendo todos los carriles para dar vuelta en "U" sobre Molina con dirección al Circuito Interior. La luz en rojo, dos carros ignoran el alto y cruzan Eduardo Molina con velocidad. En ese tramo, la avenida es de 5 carriles, en los cuatro primeros los carros hacen alto total cuando ven que su escapada ha sido interrumpida por la luz roja, el carril de alta ha quedado vacío y solo se ve una camioneta que se ha quedado unos treinta o cuarenta metros atrás. Pedaleo para cruzar la calle…

-Estoy pensando en que a mi chicle ya se le acabo el sabor, esto significa que estoy a menos de diez minutos de llegar a mi casa. Solo tengo que doblar a la izquierda en Molina, cruzar Canal del Norte y también Circuito Interior, para después dar vuelta a la derecha en Oriente 91, entrar a la colonia seguir hasta norte 90, o la noventa como todos los locales la conocemos. No voy a subir la bicicleta, la voy a dejar sujeta a la protección de la ventana afuera de la casa de mi tía, solo voy a entrar a la casa a cambiarme y a sacar unas cosas de la mochila y meter otras. Hoy María sale tarde del trabajo así que la veré a la mañana siguiente cuando nos levantemos para ir a trabajar -bueno la veré antes cuando llegue y este dormida en la cama-. Macario va a estar un poco desilusionado, porque seguramente querrá salir otra vez al parque a correr, además de que no me vio durante una semana, pero no será así porque llevo prisa. Al menos salimos por la mañana. Creo que me voy a ir al Auditorio por Reforma, mi ruta antigua como cuando trabajaba en la embajada, será más fácil. Desde la mañana puse la luz para la bicicleta en la mochila. Quiero llegar al evento temprano justo antes de que entre toda la gente, tomar fotos conforme vayan llegando y unas fotos dentro del lugar mientras el concierto esta en pleno. Nuevamente pienso en el cansancio del viaje y no se me antoja el desvelo. No me dan ganas de regresar tarde-

…mientras voy viendo a mi derecha para cerciorarme que el par de carros que vienen sobre Molina con dirección a Circuito no vayan a cruzar peluqueros con la luz en rojo. Solo siento un cuerpo que se aproxima a mi por mi lado izquierdo. Como cuando vas caminando por donde juegan futbol y te toca un pelotazo en la cara, solo encoges la cara un poco y la cubres con tus hombros. Me pasa igual, solo que esta vez una camioneta blanca –no un balón- llega hasta mi sin detenerse.

-¡Ya valí verga! 
No sé si lo dije, o lo pensé. Seguido al impacto en mi costado izquierdo creo que di un par de vueltas y pensé varias cosas a la vez. No sé que cosas, fue como si se agolparan en mi cabeza un millón de ideas de las cuales no recuerdo ninguna, pero tengo esa certeza. Solo recuerdo caer al suelo, golpear el pavimento, no sentir dolor, después todo se oscureció…

Una sirena llora y me intento levantar. No puedo respirar, siento ambos costados a la altura de mis costillas con dolor y hago todo por jalar algo de aire. Escucho un par de voces que me dicen:

-No te levantes carnal, no te levantes. 

Pero me ayudan a sentar. Desde mi perspectiva veo el Centro de Salud, supongo eso significa que en efecto, di al menos una vuelta al momento del impacto porque he quedado en dirección opuesta a la que iba.
Aún aturdido, escucho voces

-¿Cómo estas güero? ¿Qué te duele?
-Acuéstate
-Acuéstalo, no lo muevas,
-No te levantes, ¿Cómo te sientes?
-¿Quieres que le avise a alguien?

Siento mi cabeza caliente y estoy seguro que esta sangrando, la recorro con mi mano izquierda para después ponerla frente a mis ojos, no hay rastros de sangre, mi cabeza esta adormecida al tacto. En mi frente, del lado derecho he sentido un chipote producto del impacto con el pavimento. Los dos cábulas que están ahí haciéndome preguntas me dicen que me acueste, uno de ellos me retira la mochila pero deja mi brazo derecho en una de las agarraderas para que pueda yo estar pendiente de mis cosas. Toco mis bolsillos y en el izquierdo siento mi teléfono, intento llamar a María sin éxito. Veo en la pantalla que la llamada entra pero no escucho nada, no se si sea por el golpe, intento llamar a Javier, después a Marti y también a mi primo, pero no me puedo comunicar.

-¿No te contestan güero? ¿Si quieres marca de mi teléfono? Pásame el número.

Le paso el numero de Javier, le llaman y me lo comunican. A Javier le digo que me han atropellado. Que estoy bien, que le avise a María y que le diga que este tranquila, que estoy bien. Trato de explicar donde fue el accidente y que estoy cerca de la casa. Dudo que ubique el lugar.


Se acerca un policía y me pregunta como estoy me pide que le de mi mochila pero no confío en nadie, menos en el, le digo que así esta bien, que estoy bien.
Después se pone frente a mi y me hace algunas preguntas.

- ¿Cuál es tu nombre? ¿Sabes donde estas? ¿Sabes que te paso? ¿Qué día es hoy? ¿Quieres que le avisemos a alguien?

El chofer de la camioneta se acerca a mi. (Se que es el chofer porque trae en la mano un teléfono y unas hojas que a mi parecer son los papeles del carro a un lado de el esta un policía)

–Es que te pasaste el alto güero.
-No mames que me pase el alto. Al rato que declaremos ya cada quien dará su versión. – Es lo único que atino a decirle-

Minutos después llegan un par de hombres de algún grupo de rescate (comunes en la ciudad), me hacen una revisión rápida, me avisan que Irán palpando diferentes partes del cuerpo, que les indique donde me duele. Mi pie izquierdo, ese pie me duele, me retiran con cuidado el tenis.

-Hay que quitarlo del paso.

Después de cerciorarse que nada más me duele me ayudan a ponerme en pie para que me siente en la guarnición que divide ambos sentidos de Eduardo Molina. Por primera vez veo mi bicicleta y se ve bastante hecha mierda. Mi teléfono comienza a vibrar una llamada esta entrando. Es mi primo, toco la pantalla para contestar pero no tengo éxito, no lo escucho y el tampoco me escucha. Nuevamente uno de los dos cábulas que están ahí desde el principio me ofrece llamar desde su teléfono, asiento con la cabeza y le paso mi teléfono con el numero de mi primo en la pantalla.

-A ver mira te comunico a Rafael.

Le pregunto a mi primo donde esta, si esta ocupado, si esta cerca de la casa. Finalmente, cuando ha respondido a todos mis cuestionamientos le digo que fui atropellado y le explico donde estoy. Le pido que venga.

Nuevamente suena el teléfono esta vez es María. Le envío un mensaje donde le explico que estoy bien, que no se preocupe, que ya me vana a trasladar al hospital. Los paramédicos han llegado, me ponen en la camilla para subirme a la ambulancia. Son tres, una mujer y dos hombres. Me hacen las mismas preguntas una vez más y agregan otras tantas.

-¿Tienes seguro güero? ¿Ya le avisaste a algún familiar?

Les indico que me lleven a un hospital que esta en la colonia Lindavista, alguna vez fui a ese lugar y sé que la aseguradora lo cubre.

-¿Estas seguro Güero? Luego llevamos pacientes y nos los rechazan.

Le envío un mensaje a María para corroborar si esta bien que llegue a ese hospital. Todo mundo sigue hablando: en sus radios, policías y paramédicos, se acercan a la puerta de la ambulancia, me hacen más preguntas, me dicen que ya nos vamos, me vuelven a  preguntar mi nombre, me preguntan si estoy seguro de que me van a recibir en ese hospital…

-¿Qué pedo güey como estas? – La voz de mi primo-
-¿Es usted su familiar? – El paramédico-
-Si estoy bien ya me van a llevar al hospital, a ese de Lindavista ahí en Río Bamba. ¿Tienes dinero? Ve a la casa por la camioneta y te veo allá.
-¿Quién fue el que te atropello?
-Una camioneta blanca que esta allá afuera, un güey moreno, medio gordo es el que venia manejando.

El trayecto al hospital fue por demás incomodo, me levantaron del pavimento en una de esas “tablas de alzado” y de ahí me pusieron en la camilla para meterme a la ambulancia, inmovilizado con cinturones que cruzaban mi cuerpo de un lado a otro. Todos los baches los podía sentir, sentía las vueltas pronunciadas y la velocidad a la que se desplazaba la ambulancia. A través de las ventanas en la parte superior de la ambulancia, vi el letrero del Wal-mart que está en Molina y  San Juan de Aragón. El paramédico que iba a mi lado me decía constantemente que ya casi llegábamos, yo sabía que no era cierto. Dentro de lo posible, trate de relajarme y mantener mi mente en blanco. Unos cinco minutos antes de llegar al hospital comencé a sentir nauseas y dificultad para respirar. Tome mi mochila busque la cartera para sacar de ella mi identificación y la tarjeta del seguro. Avise al paramédico que probablemente me iba a desmayar pero que había puesto en la bolsa izquierda del pantalón, mi identificación y la tarjeta del seguro medico para el ingreso al hospital.

-No te preocupes güero ya casi llegamos.

Al ingresar a urgencias, los paramédicos explicaron a los doctores que me recibieron las circunstancias y porque estaba ahí. Me pasaron a una cama más cómoda, deslizándome para no empeorar una posible lesión cervical. Me pidieron que les diera mi mochila, me retiraron toda la ropa para después enfundarme la clásica bata que se sujeta por la espalda. Nuevamente las preguntas de que y como había pasado, donde estaba, como me llamaba, etc.

Así transcurrió esa tarde noche, con un policía entrando constantemente a donde estaba acostado, haciéndola de abogado del diablo.

-Entonces que güero, le vas a otorgar el perdón. Es mejor, arréglense de una vez y que te pase una feria.

Solo podía pensar en que no sabia realmente cual era mi estado físico y este tipo se plantaba tan fresco a decirme que “otorgara el  perdón y que me arreglara por fuera” Repitió la misma frase a mis familiares en la sala de espera una y otra vez hasta que le pidieron su nombre y numero de placa. Eso fue suficiente para que se mantuviera al margen.

En el hospital me revisaron a conciencia, me dieron medicamentos vía intravenosa y tomaron radiografías de todo el cuerpo. El diagnostico fue: Policontundido y me quede 36 horas en observación. Salí de ahí hasta el día miércoles, solo para ir al Ministerio Publico a rendir mi declaración. Pero no pude declarar ya que mi caso fue turnado a un Juez Cívico, de acuerdo a una nueva ley que recién entro en vigor, en la que se explica a grandes rasgos que si las lesiones del atropellado no ponen la vida en riesgo, el que atropella solo es detenido durante 36 horas y puede salir sin necesidad de pagar una fianza. No hay delito que perseguir, se ha cometido una falta cívica, por lo cual solo procede una demanda en esta vía para buscar la compensación de los daños materiales.

Migrañas diarias, cuerpo adolorido y moretones que con el paso de los días se van desvaneciendo. Un diente flojo que ahora esta sujeto a otro par de dientes con un alambre y unos puntos de resina. Esos son mis trofeos.


Unos días menos molesto que otros, el miércoles que fui dado de alta trate de escribir algunas cosas, y  casi en todos los renglones había un error en las palabras, letras que escribí donde no tenían que ser escritas. No lo pude identificar hasta el día siguiente. Desde entonces ese ha sido mi mayor miedo, todas las noches antes de dormir, pienso si voy a poder escribir sin cometer esos errores que han pasado inadvertidos. Así han sido para mi este par de semanas.

Cada quien su golpe, básicamente esa es la historia. Esa ha sido siempre la historia, si intentas “hacer lo correcto” te topas de frente con la burocracia y el hastío de gente que pretende hacer su trabajo y terminan haciendo una mierda de trabajo. Mientras que al otro lado del mostrador te quedas, con tu golpe, mirando atónito, mientras que alguien de muy mala gana, te informa que no se puede hacer nada al tiempo que da un sorbo a su café. La situación les resulta completamente ajena. Me supongo que con todas las cosas que ven a diario, sea una de las principales virtudes que les son requeridas. No sentir empatía por las personas que están atendiendo. Remitirse a los hechos y aplicar los procedimientos aunque esto implique tratar a la gente con una indiferencia absoluta y despotismo total.

Pinche Junio de mierda que bueno que te hayas terminado. 
Sinceramente no se porque me alegra tanto. Julio ya esta aquí y me suena a que son hermanos o parientes cercanos.



¡No helmet ‘till your head cracks!

2 comments:

El Tux said...

Damn. - - - Pues sobre la observación/temor final, según esta historia no te va a pasar eso de olvidar las letras: La mejor que he leído en mucho tiempo aquí.

Pinche junio.

Que buena introducción la parte de Austria. (!)

Y nada. La importación del país hace falta.

Y la del mundo, de una vez.


Animo!!

El Tux said...

(con "importación" me refería a "implotación"). (me la cambió el spell-check).